La historia de la Guerra de los Pasteles: cómo un pequeño inconveniente escaló a un conflicto armado

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Corría el año 1838, y en el barrio de Tacubaya, entonces un poblado vecino de Ciudad de México, oficiales del ejército nacional ingresaron a una tienda de repostería de un francés llamado Remontel.

Ahí es cuando el relato toma la calidad de mito o leyenda; no se sabe si estos uniformados saquearon el local o simplemente se comieron sus pasteles sin pagar. De todas formas, Remontel se quedó sin mercadería y perdió 800 pesos, una gran suma de dinero para la época.

Ahora bien, ese inocente episodio, del cual ni siquiera hay evidencias de que haya sucedido, significó el comienzo de un conflicto entre México y Francia.

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La debilidad de México y la lucha de Francia por el control

México se había independizado en 1821, aunque pasaron muchos años para que pudiera tener cierta estabilidad. Primero fue una monarquía imperial, aunque solo duró tres años, y luego llegó la república, disputada por federales y unitarios. Por su parte, la iglesia y el ejército se autodenominaban un poder autónomo, lo que dificultó la defensa ante amenazas externas.

A eso se le sumó en 1833 una epidemia de cólera que fulminó a la población y en 1836 la pérdida del territorio de Texas, que se separó unilateralmente. Mientras tanto, Inglaterra y Francia se disputaban el control del continente, que había sido gobernado casi exclusivamente por España. En ese contexto, apareció el mito de los pasteles, ya que los franceses aprovecharon ese incidente menor para reclamar no solo por esos daños, sino por sus 450 establecimientos para el comercio valuados en 30 millones de francos, afectados por las batallas internas en México.

Entonces, en abril de 1838, Francia le demandó 600.000 pesos por parte del gobierno mexicano, así como un acuerdo comercial ventajoso. Ante la imposibilidad de México para seguir con este trato, el barón Antoine Deffaudis, bajo las órdenes del monarca francés Luis Felipe I, lideró una flota de 26 naves al puerto de Veracruz. De esta forma, atacaba el punto principal de comercio entre México y Europa: la aduana.

El gobierno le había planteado a Francia pagar los 600.000 pesos en plazos, aunque esto no fue suficiente y Deffaudis ordenó el bloqueo del puerto de Veracruz. El fuego se abrió el 27 de noviembre de 1838 contra el fuerte de San Juan de Ulúa.

Inglaterra, un mediador interesado

El 5 de diciembre se produjo la única contraofensiva por parte de México, que hizo replegar a las tropas francesas, a pesar de no tener injerencia en los posibles ataques futuros. Ahí entró Inglaterra, que sí tenía peso en la discusión. Y es que tras el cese de los enfrentamientos, el ministro inglés Richard Pakenham, junto a una flotilla de 11 buques armados con 370 cañones, se presentó como intermediario del conflicto.

Los ingleses no estaban ahí de casualidad; eran los principales socios comerciales de México y veían que Francia se estaba acomodando en una posición estratégica dentro de América. Frente a la amenaza de Pakenham, Francia terminó por aceptar la mediación inglesa y en un periodo de tres meses se logró el acuerdo el 9 de marzo de 1839.

México le pagó los 600.000 pesos en plazos, y un año más tarde Francia entregó el fuerte de San Juan de Ulúa y se retira del puerto de Veracruz al mes siguiente. En conclusión, todo se trató de dos potencias europeas buscando instalar su hegemonía en un golpeado continente como la naciente América, mientras que se aprovecharon de la debilidad mexicana y una inocente historia para cobrarse algo que no era suyo.

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