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Cierto día, en un rincón de Ámsterdam, Juan Etchegaray observó a su vecino, quien con mucho esmero instalaba una cerca de esterillas en el muro que lo separaba de su vivienda: `¿No lo querés poner de mayor altura? Yo no tengo problema´, le sugirió Juan, a lo que su vecino le contestó que el gobierno tan solo autorizaba hasta esa medida. Perplejo, la situación quedó flotando en los pensamientos del argentino por varios días.
“En Argentina no es así, el razonamiento es: si nadie te ve, ¿por qué respetarlo? Con esa actitud este hombre me enseñó muchísimo”, reflexiona Juan hoy, mientras comparte su historia.
Allá, por el 2017, Juan fundó una de las primeras escuelas de marketing digital líder en su segmento, en el barrio de Belgrano de la capital de Argentina. Como chico de un pueblo del interior, se había instalado en Buenos Aires con apenas 18, y años más tarde, tras la inauguración de su empresa, comenzó a experimentar un crecimiento llamativo, acompañado por la revolución de hallar una autonomía sin precedentes en una gran ciudad.
Todo cambió con la llegada de la pandemia. Con una modalidad por entonces presencial, sostener el negocio con la creciente proliferación de academias online fue una tarea titánica y, a pesar de que dio pelea, su situación empezó a complicarse: “Y comencé a ver cómo conocidos en Europa progresaban, mientras que mi calidad de vida bajaba. Mis esfuerzos no se materializaban como quería”, asegura.
Para Juan, la decisión de desarmar su escuela y volver a empezar en Europa surgió como la variable más lógica. Con su mirada puesta en Países Bajos, transformó su escuela presencial en cursos grabados, a fin de poder administrarla de manera remota. Aun así, con el deseo de lograr excelencia, la conversión no fue sencilla, y estuvo acompañada por un arduo proceso de trámites y desprendimiento. Junto a su mujer -psicóloga de profesión- vendieron todo, desde el auto, hasta los recipientes plásticos y los cubiertos: “Con todos nuestros ahorros compramos los pasajes y ese día nos llenamos de alegría”.
Algunos comprendieron y apoyaron su decisión desde el comienzo, otros debieron atravesar su propio proceso de duelo, que Juan respetó. Sin embargo, pronto descubrió que entre su gente había surgido una división: los que sentían un amor profundo traducido en un deseo por que fuera feliz y le vaya muy bien, y los otros que, a pesar de su amor, en realidad pensaban en ellos mismos, en lo que ellos perdían con su lejanía: “Y sin darse cuenta, a veces tiraban comentarios muy mala onda sobre tu futuro”, asegura Juan. “Cuando lo único que vos necesitás, cuando vendés todo, dejás a tu gente y te vas a otro idioma y cultura, es un `todo va a estar bien´. Hoy, con el diario del lunes, todos consideran que fue la decisión acertada. Me ven mucho mejor que cuando vivía en Argentina”.
Apenas pisó el suelo neerlandés en noviembre de 2024, Juan experimentó una sensación nueva. Sentía que por fin había empezado a remar con una orilla a la vista, a diferencia del pasado, donde remaba sin una dirección concreta. Ese horizonte visible tuvo un efecto inmediato sobre él, quien alejado de la incertidumbre argentina, se halló poseído por una renovada energía, “y una renovada incertidumbre”, acepta Juan.
“Necesitábamos que nuestro plan salga más o menos como lo habíamos trazado, donde teníamos un determinado monto de dinero para sustentarnos, hacer pie y dirigirnos a esa orilla”.
Para el argentino, una de las mayores tensiones la provocó el hecho de que en un comienzo no estaban bancarizados. En Países Bajos, que no estila el uso de efectivo, ellos acarreaban un monto considerable encima. Se manejaron con alquileres temporarios durante cuatro meses, lo que implicaba un estrés por el traslado constante del dinero hasta que, finalmente, pudieron depositarlo.
“Alquilar en Ámsterdam es complejo, hay mucha demanda y nosotros, como recién llegados, no teníamos grandes credenciales que generaran confianza”.
Por fortuna, mientras Juan intentaba traccionar su escuela online, a los diez días a su mujer le otorgaron el BSN (equivalente a un Cuil), y tras veinte días de búsqueda y varias entrevistas, consiguió un trabajo como recepcionista en un hotel: “Y apenas yo consiga acá un trabajo profesional, ella hará un posgrado que le permita ejercer como psicóloga”.
“Estos meses me he mantenido con clientes de Argentina e ingresos de mi escuela. Pero la tengo en venta porque siento que otras personas la pueden explotar mejor y yo necesito cortar un lazo laboral con Argentina para enfocarme en retomar mi carrera profesional en un nuevo país, en otro idioma. No está siendo tan fácil como creía, llevo 420 postulaciones, más de 25 entrevistas, y aún no pude ingresar”, confiesa Juan, quien comparte su experiencia a través de Instagram y YouTube. “Tengo una experiencia profesional de 14 años pero acá se te acomoda el ego. Hay mucho trabajo de oficios o turismo, pero en lo profesional, salvo que sea IT, competís con todo el mundo y caes en la cuenta de que venís de un país chico a sus ojos”.
Cuando por fin lograron hallar un departamento para vivir, Juan comenzó a experimentar con mayor consciencia las costumbres de su nueva comunidad. Pronto descubrió a una sociedad muy trabajadora, con muchas oportunidades laborales para todos, donde tal como hacía su vecino, valía la pena respetar las reglas de convivencia. Por otro lado, no seguir las normas podía acarrear un costo demasiado elevado.
“Por ejemplo, no se puede tomar alcohol en la calle, si lo hacés son 140 euros de multa. Si tirás la basura sin separarla en donde corresponde, te van a llegar 100 euros de multa, si usás celular en la bici, 140; andar sin luces, 55 cada una, circular por la acera, 60, pasar un semáforo en rojo, 230 euros; andar en bici ebrio o drogado… ¡es muy grave! y arranca desde 200 euros. Y así, muchas más. Me parece perfecto”, destaca. “Otra cosa que me encanta es la vida en bicicleta. No se usa casco porque es el vehículo por excelencia y la infraestructura está tan bien preparada que no te cruzás con autos”, continúa Juan. “Nosotros salimos en bici a la noche, vamos al supermercado en bici, todo es en bicicleta”.
“Personalmente, encontré mucha paz desde que estoy en Ámsterdam. A la semana se me fueron los comportamientos de miedo asociados a la inseguridad. Pero la serenidad viene ante todo por el impacto que genera no sufrir inflación, la corrida del dólar y todo lo asociado”.
“Yo todavía me estoy asentando, pero tengo un departamento y una heladera llena, y para mí es un montón. La comida cuesta lo mismo o menos que en Argentina, con salarios más altos. Tal vez a otros argentinos no les haya pasado, pero yo mejoré mucho mi alimentación. Como ejemplo, antes desayunaba mate y pan o galletitas de agua con algún queso, hoy lo puedo hacer con yogurt, fruta, almendras, castañas de cajú y granola. Otras posibilidades que te conectan con otro estilo de vida”.
Para Juan, su camino en Países Bajos recién está comenzando. Él nunca había soñado con emigrar, pero cuando observa comportamientos como el de su vecino, considera que es la mejor decisión que pudo haber tomado. A pesar de las dificultades evidentes, siente que allí el horizonte aparece despejado y tiene deseos de levantarse cada mañana para ver lo que el presente y el futuro tienen para obsequiarle.
Su lugar de origen, mientras tanto, ya se halla muy lejos. Cierto día comprendió su verdad: Argentina es un país que no le hace bien. Si bien siente amor por su patria, entiende que su prioridad es la paz mental, algo que allí no encontraba. También entendió que él, tal vez, es diferente a algunos emigrados: no pretende que nada sea parecido a lo que dejó en su tierra.
“Creo que los nacionalistas tienen un amor tóxico por Argentina, y los amores tóxicos no son buenos, ni con tu pareja, ni amigos, ni familia, tampoco con tu país. Si no sos capaz de aceptar las cosas que tu país hace mal y ser un poco crítico, el problema es tuyo. Igual que en un vínculo insano, yo no me banqué cosas de Argentina que me hacían mal y me tuve que ir, porque la forma en que me gusta vivir la vida no la pude encontrar. Acá, en Países Bajos, todavía lo estoy buscando, pero estoy seguro de que lo voy a encontrar”.
“Yo antes creaba contenidos para luchar porque el país mejore. Como siento que Argentina no me hizo bien, decidí desconectarme un poco, no leo las noticias, en mis redes ya no hago contenido político, ni veo canales de televisión”, continúa. “Sin dudas soy argentino y voy a llevar lo mejor y todo lo que aprendí de la cultura argentina a todos los nuevos círculos. Pero dejé de elegir a la Argentina como el lugar para realizarme. Mientras tanto, trato de fomentar las videollamadas con quienes quiero de mi país”.
“A mis 40 años y con mi existencialismo a cuestas, decidí volver a empezar. Para mí no es empezar de cero, porque traes todas tus riquezas acumuladas, lo que hacés es continuar en otro país, sos el mismo en otro juego. El costo más alto es alejarte de los seres queridos, pero es por tu crecimiento personal”, reflexiona Juan, quien en YouTube lleva adelante una serie llamada Irse, que estrenó antes de partir.
“La experiencia es mía, sin embargo recibo muchas críticas, en general de quienes tienen miedo al cambio y a salir de la zona de confort. Las personas suelen medirse con el otro a través de sus miedos. Cada vez que cuento algo de la vida de acá y comparo con cosas argentinas, están los que entienden que yo busco ayudar a elevar la vara y salir del conformismo. Pero también, quienes se enojan y me critican o me tiran que ´ellos ni en pedo emigrarían´. Son los mismos que comparten las notas de historias de argentinos que cuentan que les fue mal en el exterior. Buscan validar que su elección de vida es mejor. Y lo cierto es que todos tiene razón: cada uno puede encontrar su felicidad en cualquier rincón del mundo”.
“Nos agrupamos por provincias, países y continentes, pero somos parte de una sola vida y un solo planeta. Y podemos aprender de todos. Están quienes no temen ver cómo viven otros y les encanta aprender de ellos; o los mega nacionalistas, donde criticás todo, no tenés interés de ver el mundo, y te lleva a cerrarte mentalmente. Ni siquiera es necesario emigrar para eso, tan solo tener una apertura hacia lo que trasciende las fronteras, y la capacidad de observarlo sin la lente de los miedos y complejos, con ganas de enriquecerse”, concluye.
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