“Creo que la democracia tiene muchísimos errores”. La frase es de Javier Milei, en una entrevista con Luciana Geuna a fines de 2021. La dijo luego de que la periodista le repreguntara tres veces sobre si “creía” en este sistema de gobierno, esperando encontrar una respuesta afirmativa que jamás llegó. Hay muchos que piensan que esa oración fue uno de los tantos exabruptos que caracterizaron siempre al economista. Los que creen eso no conocen al libertario.
Es que esa reflexión estuvo lejos de ser un descuido, sino que es uno de los postulados más profundos del anarcocapitalismo, al cual Milei adscribe. Tanto su fundador, Murray Rothbard, como su discípulo más célebre, Hans-Herman Hoppe, le dedicaron mucho trabajo a criticar este sistema. Aunque Rothbard lo postula en su canónico “Hacia una nueva libertad” -que podría ser el equivalente al “Manifiesto comunista” para un marxista-, es su alumno alemán quien más elaboró la idea. Tanto que hizo un libro que se llama “Democracia, el Dios que fracasó”. “Bajo la democracia la propiedad personal se vuelve alcanzable por los demás. La mayoría tratará de enriquecerse a costa de la minoría. Al obligar a los dueños de propiedades y a los productores a subsidiar a los políticos, a sus partidos y a la burocracia, habrá menos creación de riqueza, menos productividad y más parásitos. Y aunque cientos de parásitos pueden vivir de miles de cuerpos, miles de parásitos no pueden vivir de cientos de cuerpos”, dice Hoppe, que postula que esta forma de gobierno conduce a algún tipo de comunismo. Para el escritor habría que buscar la desaparición del Estado y de quienes lo manejan, dejando al mercado con un control total de la economía y de la vida política. La lista de reproches de Milei a los límites que impone la división de poderes es larga y podría seguir, por ejemplo con el apoyo público que le dio a los levantamientos antidemocráticos en el Capitolio y en Brasil.
En ese sentido, se podría entender a los 15 meses del gobierno del anarcocapitalista más famoso del mundo como el desarrollo de una pulseada entre lo que Milei cree y lo que Milei puede, su marco teórico versus los límites que le impone la realidad. Es un duelo que el Presidente suele sintetizar en su frase “soy loco pero no boludo”, y de cuyo resultado dependen los 45 millones de argentinos. Sin embargo, si efectivamente la desaparición de la democracia y de las instituciones que le dan forma es el objetivo final del libertario, que además está empujado por la íntima convicción de creerse un elegido por Dios, hay una pregunta que se impone: ¿en qué punto exacto de ese recorrido se encuentra el país? Los episodios de los últimos meses, desde el Ejecutivo gobernando a base de decretos hasta una represión descontrolada -en un sentido literal- que terminó con un fotógrafo herido de extrema gravedad, plantean que el sueño húmedo de Rotbhard y Hoppe se acerca a paso firme. Y con ruido de botas.
Laberinto
Amenazas de “represión” en los altoparlantes de las estaciones de tren y en las pantallas. Un operativo de seguridad desmedido, que casi termina en el asesinato de un fotógrafo y en golpes a una jubilada de 81 años. Y la negativa de la ministra a investigar a los agentes que incumplieron el protocolo y que casi terminan con la vida de Pablo Grillo.
El accionar de las fuerzas que comanda Patricia Bullrich es autoritario en lo discursivo y en lo estético, con escenas que a veces parecen sacadas de “1984”, el libro de George Orwell. Sin embargo, la realidad es mucho más cruda que lo que se ve en la superficie. Pasó casi desapercibido en medio del drama cotidiano en el que está envuelta Argentina hace mucho tiempo, pero desde que asumió en su cargo la ministra viene llevando una decidida política que apunta a un solo lugar: cambiar la lógica con la que funcionan las fuerzas de seguridad, transformar su condición de ser “auxiliares” del Poder Judicial -es decir, que responden ante la decisión de un juez o de un fiscal- a ser un ente con autonomía y poder propio. Y que, encima, tienen la mano suelta.
Bullrich comenzó ese sendero a días del nuevo gobierno, cuando promulgó el famoso “protocolo antipiquetes”. Todas las luces de esa medida se las llevó la decisión de prohibir los cortes de calle, de que los operativos de seguridad comiencen a ser pagados por las organizaciones que marchaban y la eliminación de la norma que impedía a los agentes tener armas de fuego cerca de una movilización. Pero hubo algo de fondo que aquel día cambió: a partir de aquel decreto se resolvió que las fuerzas puedan actuar sin orden judicial, al sostener que las marchas se tratan de un “delito flagrante”.
Poder
Si un gobierno autoritario se define en base a cuántas atribuciones del resto de los poderes del Estado el Ejecutivo clama para sí, lo que está haciendo Bullrich se podría definir en ese sentido. Es que desde entonces todos los pasos que dio la ministra fueron para sacarse a la Justicia de encima. En junio publicó el decreto 496, que le dio la facultad de incorporar al Registro Público de Personas y Entidades vinculadas a actos de Terrorismo y Financiamiento (Repet) a “toda persona humana, jurídica o entidad” sobre la que “tuviera motivos fundados para sospechar que se encuentra vinculada a una amenaza externa real o potencial a la seguridad nacional”. Es decir, que ahora Bullrich y su ministerio pueden inscribir a cualquier persona u organización en la lista de terroristas, lo que, llegado el caso, agrava la pena que enfrentarían ante la Justicia. Eso sucedió a la par que el Gobierno empezaba a tildar de “terroristas” a los que marchaban contra el oficialismo -como hizo el Ministerio de Seguridad durante las protestas por la aprobación de la ley Bases, en ese mismo mes-, y desde entonces ya inscribieron, por ejemplo, a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) en ese registro.
Pero Bullrich no se quedó ahí. En enero de este año, el Congreso aprobó, a pedido suyo, la ley “antimafia”, inspirada en la ley RICO que las películas estadounidenses suelen promocionar. Gracias a este cambio, cualquier persona considerada parte de una “mafia” por su ministerio puede -con la autorización de un fiscal- ser detenido hasta 30 días por “averiguación de delitos” y hasta, sin condena, decomisarle cualquier bien que sea sospechado de estar relacionado a esa supuesta mafia.
Carlos Manfroni, jefe de Gabinete de Bullrich, dijo en una nota en Infobae: “Si se multiplican las detenciones se debe a que el régimen penal actual impedía que se hicieran”. Este mensaje se vuelve inquietante cuando se ve la reacción del Gobierno ante la jueza Karina Andrade, que decidió liberar a los 114 detenidos por la marcha del miércoles 12 -según ella, porque fueron apresados en un contexto de extremas irregularidades- o lo que sucedió con las 33 personas detenidas luego de la protesta de la Ley Bases -donde algunos de ellos estuvieron detenidos sin condena durante más de un mes en una cárcel común-. ¿Bullrich y Milei empezaran a considerar a cualquier opositor a su Gobierno como “mafioso” o “terrorista”? ¿Usaran estas figuras como excusas para detener sin pruebas? ¿La búsqueda última es anular el derecho a la protesta?
Son preguntas que flotan. Guillermo Torremare, vicepresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), le dijo a PERFIL que “se está generando un combo de instrumentos jurídicos propio de un Estado autoritario”. Sabina Frederic, ex ministra de Seguridad durante la gestión de Alberto Fernández, es más categórica. “Bullrich quiere la suma del poder público”, le dice a este medio.
“Nido de ratas”
En el Congreso también se ve este avance. Milei nombró a dos jueces de la Corte Suprema por decreto. De esa misma manera tomó nueva deuda con el FMI, a pesar de que la ley establecía que un préstamo con el Fondo debía ser primero votada.
La degradación del poder y de la importancia de esa pata de la república es central para cualquier gobierno autoritario: desde la Alemania de Hitler hasta El Salvador de Bukele. Milei impulsa ese desempoderamiento de distintas maneras. Una es discursiva y estética. Insulta al Congreso en discursos y entrevistas, calificándolo de “parásitos” o de distintos animales, y comparte en las redes memes donde se ve cómo un león le tira gas a las ratas en el recinto. La otra es gobernando a través de decretos, a lo que se le podría sumar lo que sucede cuando está obligado a pasar por el Congreso.
Los casos de Edgardo Kueider y sus dólares y de Lucía Crexell y la embajada prometida en París abren grandes interrogantes sobre cómo logra el Gobierno hacer funcionar al Poder Legislativo cuando no logra eludirlo. También está el caso de lo que hizo Martín Menem el miércoles 12, el día en que casi asesinan a Grillo afuera del Congreso: el presidente de la Cámara levantó de improvisto una sesión contra todo reglamento, por temor a perder una votación. “Menem se quiere llevar puesta a toda la institución”, dijo Marcela Pagano, diputada libertaria en la mira del karinismo, en C5N.
Discurso
La avanzada autoritaria de Milei, que por lo que él mismo decía siempre estuvo latente, viene acelerándose desde que Donald Trump triunfó en las elecciones de Estados Unidos en noviembre. Desde entonces el Presidente asoció a la homosexualidad con la pedofilia, aseguró que “había que estar dispuesto a dar la vida por la causa”, en esa batalla que es la del “bien contra el mal, y con el mal no se negocia, se lo aplasta” y hasta llegó a pedirle a Axel Kicillof que renunciara a su rol como gobernador. Sino, dijo, otra opción sería intervenir Buenos Aires. Mientras, sigue tratando al que piensa distinto de «zurdo de mierda» y «enfermo del alma», lo que de fondo supone la supresión del otro y habilita a escenas como las que se vieron en las últimas represiones: un camión hidrante de la Policía incitando a manifestantes a la pelea al grito de «zurdos vengan».
Milei no opera sólo en ese sentido. A su lado lo tiene a Santiago Caputo, a quien se ha visto amenazando física y verbalmente a un diputado nacional. Desde principio de año el asesor estrella empezó a incluir en las encuestas que pide la Casa Rosada una terna que dice “¿en qué país prefiere vivir?” y cuyas opciones son “un país con un gobierno democrático que respete los derechos individuales de las personas» o «un país con un gobierno autoritario que logre buenos resultados económicos».
Ese filón antidemocrático de Caputo aparece en el grueso de los posteos que hace con sus cuentas -cada vez menos anónimas- en las redes. “Javier Gerardo Milei jamás aceptaría ser declarado Emperador del nuevo Imperio argentino. Es exactamente por eso que es imperativo que lo sea”, posteó Caputo el 30 de diciembre de 2024. Es una de las tantas publicaciones que hizo el estratega en ese sentido -lo llama «Rey filósofo, César del Imperio Argentino» y suele firmar sus textos con «Ave, Milei»-, que acompaña con imágenes hechas con inteligencia artificial donde se ve al Presidente vestido como Napoleón o emperador. Esa retórica antidemocrática es muy repetida por el núcleo duro libertario, en especial por alfiles de Caputo. De más está decir que Milei, que cree ser un elegido de Dios, ve con agrado este tipo de teorías.
Teniendo en claro, entonces, cuál es la orientación que viene demostrando el oficialismo, faltaría resolver el enigma de cómo puede reaccionar la sociedad. Roberto Gargarella, abogado y sociólogo, no es optimista en ese sentido. «Lamentablemente están dadas las condiciones para que un movimiento autoritario tenga lugar. La sociedad está económicamente fragmentada y eso da el contexto para el enojo social. Con lo cual puede que Milei se vaya, pero el germen del autoritarismo está», dice.
Roberto Nunes, autor de «Bolsonarismo y extrema derecha global», profundiza sobre cómo el complejo momento del mundo favorece el crecimiento de estas lógicas: «Si la competencia se eleva al fundamento de la vida y la lucha por la supervivencia en el mercado se equipara a la selección natural, se puede esperar que para muchos la fuerza se convierta en la única ley y el éxito en el único criterio. Esto hace que las restricciones legales o morales aparezcan como limitaciones a la libertad de competir». Ahí está lo más grave: la fase autoritaria de Milei puede encontrar eco en este país agobiado por tantas crisis.